¿A quién afecta la crisis? En los barrios de clase media de Madrid y Barcelona la vida sigue igual. La crisis queda lejos, allá en los barrios marginales de las afueras, poblados básicamente por inmigrantes. Los precios de las tiendas elegantes del centro son siempre los mismos: un par de zapatos deportivos de loneta (antaño baratos, ahora de diseño) ronda los 100 euros y una camisa puede llegar a los 80. Los bares bien ubicados siguen imponiendo cualquier precio a los turistas y en los restaurantes “de categoría” una comida oscila entre los 40 y 60 euros por persona. Unos se aprietan el cinturón, como aconseja el gobierno, y otros siguen engordando y consumiendo.
La crisis, según opiniones tan autorizadas como la del Presidente de Estados Unidos, la han generado empresarios ávidos de riqueza fácil. La solución de las cabezas visibles del Banco de España y el Banco Central Europeo es bajar los salarios de los trabajadores y abaratar el despido. Unos generan la crisis, otros la pagan.
El mundo sigue girando dividido en buenos y malos. Malos son los coreanos del norte, que experimentan con elementos atómicos; buenos son los pakistaníes, que experimentan con elementos atómicos. Malos son los iraníes, que estafan en las elecciones; buenos son los países del tercer mundo amigos de USA y Europa que estafan en las elecciones. Malos son los cubanos, que están sumidos en la pobreza; buenos son chilenos, colombianos y peruanos, que tienen a la mitad de la población sumida en la miseria más atroz. Malos son los golpes de Estado, pero en el caso de Honduras la “comunidad internacional” no hace nada.
En este planeta tan democrático en el que vivimos, el hambre sigue creciendo disparado. Según el último informe de la FAO, hay mil millones cien mil hambrientos, más de la sexta parte de la población mundial. La situación, según el organismo, podría solucionarse con el 1% (uno por ciento) del dinero que han destinado los gobiernos a salvar empresas.
La competencia, el libre mercado, lo soluciona todo, nos dijeron durante años. El empresario, que en la década de los sesenta del siglo pasado era considerado un explotador que se quedaba con la plusvalía generada por el trabajo, pasó en los noventa a ser un benefactor de la humanidad. Pero con una gran diferencia: aquellos explotadores arriesgaban su dinero; hoy es fácil, si le va mal a la empresa al benefactor lo salva el Estado, el dinero de todos.
Por suerte, en medio de tanto circo, aparece el nombre de Vicent Ferrer, un catalán que un día no aguantó más y se fue a la India a ayudar a la gente. Murió en junio y a su entierro acudieron 200.000 personas de todo el país. Y Mario Benedetti, el poeta popular uruguayo que siempre se mantuvo coherente, que dijo una vez que “la militancia es una memoria de elefante”. También su entierro fue masivo. Más allá de la consideración que se pueda tener de uno como cooperante (dicen algunos en Cataluña que Ferrer era muy personalista) y del otro como escritor y poeta (hay quienes dudan de la calidad de Benedetti en esas facetas), queda el ejemplo de dos personalidades que se negaron a formar parte del circo mediático.
El pueblo liso y llano, ese que paga todas las crisis, que vive alienado por la televisión, la radio y la publicidad -que abusan de su falta de cultura-, tiene, por suerte, memoria. Y en un alto del duro oficio de vivir es capaz de dejarlo todo para homenajear a aquellos que pudiendo tener honores, poder y dinero, prefirieron jugarse por su causa.
Es lo que nos queda, la esperanza de que la historia la escriben los que dicen no.
¿A quién afecta la crisis? En los barrios de clase media de Madrid y Barcelona la vida sigue igual. La crisis queda lejos, allá en los barrios marginales de las afueras, poblados básicamente por inmigrantes. Los precios de las tiendas elegantes del centro son siempre los mismos: un par de zapatos deportivos de loneta (antaño baratos, ahora de diseño) ronda los 100 euros y una camisa puede llegar a los 80. Los bares bien ubicados siguen imponiendo cualquier precio a los turistas y en los restaurantes “de categoría” una comida oscila entre los 40 y 60 euros por persona. Unos se aprietan el cinturón, como aconseja el gobierno, y otros siguen engordando y consumiendo.
La crisis, según opiniones tan autorizadas como la del Presidente de Estados Unidos, la han generado empresarios ávidos de riqueza fácil. La solución de las cabezas visibles del Banco de España y el Banco Central Europeo es bajar los salarios de los trabajadores y abaratar el despido. Unos generan la crisis, otros la pagan.
El mundo sigue girando dividido en buenos y malos. Malos son los coreanos del norte, que experimentan con elementos atómicos; buenos son los pakistaníes, que experimentan con elementos atómicos. Malos son los iraníes, que estafan en las elecciones; buenos son los países del tercer mundo amigos de USA y Europa que estafan en las elecciones. Malos son los cubanos, que están sumidos en la pobreza; buenos son chilenos, colombianos y peruanos, que tienen a la mitad de la población sumida en la miseria más atroz. Malos son los golpes de Estado, pero en el caso de Honduras la “comunidad internacional” no hace nada.
En este planeta tan democrático en el que vivimos, el hambre sigue creciendo disparado. Según el último informe de la FAO, hay mil millones cien mil hambrientos, más de la sexta parte de la población mundial. La situación, según el organismo, podría solucionarse con el 1% (uno por ciento) del dinero que han destinado los gobiernos a salvar empresas.
La competencia, el libre mercado, lo soluciona todo, nos dijeron durante años. El empresario, que en la década de los sesenta del siglo pasado era considerado un explotador que se quedaba con la plusvalía generada por el trabajo, pasó en los noventa a ser un benefactor de la humanidad. Pero con una gran diferencia: aquellos explotadores arriesgaban su dinero; hoy es fácil, si le va mal a la empresa al benefactor lo salva el Estado, el dinero de todos.
Por suerte, en medio de tanto circo, aparece el nombre de Vicent Ferrer, un catalán que un día no aguantó más y se fue a la India a ayudar a la gente. Murió en junio y a su entierro acudieron 200.000 personas de todo el país. Y Mario Benedetti, el poeta popular uruguayo que siempre se mantuvo coherente, que dijo una vez que “la militancia es una memoria de elefante”. También su entierro fue masivo. Más allá de la consideración que se pueda tener de uno como cooperante (dicen algunos en Cataluña que Ferrer era muy personalista) y del otro como escritor y poeta (hay quienes dudan de la calidad de Benedetti en esas facetas), queda el ejemplo de dos personalidades que se negaron a formar parte del circo mediático.
El pueblo liso y llano, ese que paga todas las crisis, que vive alienado por la televisión, la radio y la publicidad -que abusan de su falta de cultura-, tiene, por suerte, memoria. Y en un alto del duro oficio de vivir es capaz de dejarlo todo para homenajear a aquellos que pudiendo tener honores, poder y dinero, prefirieron jugarse por su causa.
Es lo que nos queda, la esperanza de que la historia la escriben los que dicen no.