ºxºxºxºxºxºxºxº
Un culebrón
La conversación tuvo lugar
en Abdil’s,
un restaurante indio
en Manchester.
Yo hababla con ella
defensivamente.
Noté que no me decía todo,
que tal vez me escondiera
algo.
Nos miraba con recelo
otra persona,
una de las demoiselles
de Neuquén.
Un grupo de escritores
patagónicos
nos miraban por el vidrio
desde la vereda lluviosa.
Intentaban leer nuestros labios.
Estábamos de pie.
Le leo a la neuquina
mi poema
‘El sueño neuquino’,
tras lo cual
ella susurró:
“Estoy embarazada”.
Hablábamos mucho
la primera mujer y yo,
del tema de un libro
sobre los Beatles.
Nos referíamos a una disputa,
a la lealtad,
a la Patagonia.
La neuquina nos miraba
como un fiscal de estado.
Mis amigos me miraban
incrédulos
al verme convertir todo
en una escena
de telenovela.
La jueza no decía nada,
sólo me miraba
con desconfianza.
¡Y yo era inocente,
totalmente!
Esperaba casi que ella me gritara
¡Las Malvinas son argentinas!
No me hubiera enojado.
Tengo que confesar
que estaba cansado,
que había bebido
unas cervezas
y que la jueza lo notaba.
Pero todo era amable.
Subimos al coche
de la primera.
Casi no cabíamos,
por el asiento del niño.
Nos llevó al hotel.
Me di cuenta
que ella perdía interés
en el proyecto.
Le dije,
“Y si el libro hace un millón
(de libras)”?
De golpe ella ofreció
volver a mirar
las traducciones.
Querido lector,
te lo cuento porque creo,
creo en la transparencia
total
La conversación tuvo lugar
en Abdil’s,
un restaurante indio
en Manchester.
Yo hababla con ella
defensivamente.
Noté que no me decía todo,
que tal vez me escondiera
algo.
Nos miraba con recelo
otra persona,
una de las demoiselles
de Neuquén.
Un grupo de escritores
patagónicos
nos miraban por el vidrio
desde la vereda lluviosa.
Intentaban leer nuestros labios.
Estábamos de pie.
Le leo a la neuquina
mi poema
‘El sueño neuquino’,
tras lo cual
ella susurró:
“Estoy embarazada”.
Hablábamos mucho
la primera mujer y yo,
del tema de un libro
sobre los Beatles.
Nos referíamos a una disputa,
a la lealtad,
a la Patagonia.
La neuquina nos miraba
como un fiscal de estado.
Mis amigos me miraban
incrédulos
al verme convertir todo
en una escena
de telenovela.
La jueza no decía nada,
sólo me miraba
con desconfianza.
¡Y yo era inocente,
totalmente!
Esperaba casi que ella me gritara
¡Las Malvinas son argentinas!
No me hubiera enojado.
Tengo que confesar
que estaba cansado,
que había bebido
unas cervezas
y que la jueza lo notaba.
Pero todo era amable.
Subimos al coche
de la primera.
Casi no cabíamos,
por el asiento del niño.
Nos llevó al hotel.
Me di cuenta
que ella perdía interés
en el proyecto.
Le dije,
“Y si el libro hace un millón
(de libras)”?
De golpe ella ofreció
volver a mirar
las traducciones.
Querido lector,
te lo cuento porque creo,
creo en la transparencia
total
Robert Gurney
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